MIGUEL ÁNGEL BLANCO
VISIONES DEL GUADARRAMA. La Casa Encendida

VISIONES DEL GUADARRAMA. La Casa Encendida

LA CASA ENCENDIDA, MADRID. OCTUBRE 2006 – ENERO 2007

exposición


Carlos de Haes, La MaliciosaColección particular Libro nº 165 CRECER EN NAVARRULAQUE (TALLER EN LA MONTAÑA AZUL PARA TRABAJAR PIÑAS)
31 10 1987. 142 x 217 x 25 mm
4 páginas en papel de estraza con dibujos a la acuarela
Caja con corteza de pino silvestre teñida de azul con muesca

Carlos de Haes, Valle en la Sierra de Guadarrama1870. Museo del Prado, Madrid Libro nº 511 EN LOS MONTES METÁLICOS I
23 12 1992. 140 x 227 x 59 mm
4 páginas de papel de Nepal cubierto con limaduras de hierro
Caja con crestas de escorias de hierro sobre limaduras
Martín Rico, Arroyo de la Sierra del GuadarramaColección particular Libro nº 991 RÍO GUADARRAMA. CONFLUENCIA
20 4 2006. 200 x 285 x 40 mm
6 páginas de papel vegetal con estampación digital y de papel de pochote mexicano impregnado de limo
Caja con limo y cortezas de bardaguera (Salix atrocinera) en la confluencia del Río de la Venta y el Río de las Puentes, y zarzas del regato del Puerto de Navacerrada
Joaquín Sorolla, Tormenta sobre Peñalara,1907Museo Sorolla, Madrid Libro nº 424 ECO INTERIOR, JUNTO A LA LAGUNA DE LOS PÁJAROS (PEÑALARA)
1 7 1991. 138 x 269 x 40 mm
6 páginas de papel de estraza, papel vegetal tintado con líneas de fuego y papel arches tintado
Caja con ramas secas de matorral de piorno de la Laguna de los Pájaros, Peñalara
Aureliano de Beruete, Los altos de la FuenfríaMuseo del Prado, Madrid. Libro nº 948 PINO VIGÍA
8 2 2005. 200 x 285 x 55 mm
4 páginas de papel verjurado y papiro egipcio con estampación digital y lápiz litográfico
Caja con fragmentos del pino del Puerto de la Fuenfría sobre obsidiana
Martín Rico, Paisaje del GuadarramaMuseo del Prado, en Museo San Telmo Libro nº 984 PINO COLLADO VENTOSO
1 2 2006. 200 x 285 x 60 mm
6 páginas de papel verjurado y papel vegetal con estampaciones digitales en color
Caja con ramas y corteza del pino silvestre de Collado Ventoso, Valle de la Fuenfría, punta de cuerno de vaca y escamas de semillas exóticas
Jaime Morera, Guadarrama. Picos de la Najarrah. 1892. Colección particular Libro nº 960 VENAS DE HIELO EN EL PUERTO DE NAVACERRADA
14 6 2005. 300 x 420 x 40 mm
6 páginas de papel verjurado, papel vegetal con estampación digital de los pinos del Puerto de Navacerrada y papel mexicano de pochote con auras de cortezas en esmalte blanco
Caja con cortezas de pinos de la primera línea del Puerto de Navacerrada y cristales de yeso de Sorbas, Almería
Libro nº 943
ESTACIÓN CALOCEDRUS
23 12 2004. 200 x 285 x 30 mm
4 páginas de papel verjurado y papel de croquis con estampación digital solarizada
Caja con 128 conos de cedro blanco de California (Calocedrus decurrens), Cercedilla, sobre carburo de silicio


Libro nº 950
TEJOS MILENARIOS DEL BARONDILLO
14 3 2005. 300 x 420 x 65 mm
6 páginas de papel verjurado, papel vegetal y papel mexicano hecho a mano con estampaciones digitales y huellas de hojas de tejo
Caja con ramas de tejos del Barondillo, Valle Alto del Lozoya, Rascafría, sobre cera roja


Libro nº 961
SENDA FUENFRÍA
16 6 2005. 295 x 295 x 40 mm
4 páginas de papel verjurado y papel vegetal con estampación digital
Caja con fragmentos de carbón vegetal de ramas de la limpia hecha en la senda de El Carrascal, a la entrada del Valle de la Fuenfría, sobre parafina


Libro nº 979
EL TEJO SECRETO DE COTOS
26 12 2005. 200 x 285 x 42 mm
4 páginas de papel verjurado y papel al aceite de linaza con auras de tejos
Caja con madera y hojas del tejo del Arroyo de las Guadarramillas, Puerto de Cotos, pluma y cera verde


Libro nº 987
PEÑA DEL ARCIPRESTE DE HITA
3 3 2006. 300 x 400 x 50 mm
6 páginas de papel verjurado y papel de kozo con estampación de líquenes en tinta china
Caja con líquenes Umbilicaria hirsuta de la Peña del Arcipreste de Hita, Puerto del León, sobre parafina


Libro nº 988
ROBLE DEL ARROYO DEL HORNILLO
6 3 2006. 300 x 400 x 50 mmm
6 páginas de papel verjurado y papel vegetal con estampaciones digitales en color
Caja con cortezas de roble Quercus petraea del Arroyo del Hornillo, Rascafría, cabellos MAB y parafina


Libro nº 989
EL TIRÓN DE LA RAÍZ Y NEVAZO
16 3 2006. 203 x 290 x 63 mm
6 páginas de papel verjurado, papel de croquis y papel de algodón con estampaciones digitales
Caja con raíz de retama junto al Arroyo de la Navazuela, Valle de la Fuenfría, astilla de pino tronchada por el peso de la nieve y parafina rallada


Libro nº 992
PINO CERRO HORNILLO
7 4 2006. 300 x 300 x 60 mm
6 páginas de papel reciclado y papel vegetal con estampaciones digitales
Caja con ramas secas del pino de Cerro Hornillo, Valle de la Fuenfría, sobre arenas volcánicas


textoBAJO EL PINO SOLITARIO
MIGUEL ÁNGEL BLANCO


Hay destinos ligados a un lugar, a un paisaje. La cultura contemporánea es fundamentalmente urbana, pero alguna de sus aportaciones más brillantes, o más originales, se han hecho desde la naturaleza. Por lo general, los artistas o los escritores que han hundido sus raíces en la tierra, en un enclave determinado, han mostrado (al menos durante un período de su vida) una necesidad de aislamiento y de concentración. Lo natural ha sido y es sin duda un tema, un argumento para el arte, pero también un fundamento existencial para un tipo de artistas. Cuando la observación, la descripción y el intento de interpretación de un territorio se convierten en algo obsesivo, debemos pensar en una relación que va más allá de la representación del paisaje: la vinculación de Constable a los campos de East Anglia, de Caspar Wolf a los Alpes suizos, de Cézanne a la monaña Sainte-Victoire o de Emily Carr a la Isla de Vancouver, son ejemplos de este tipo de relación vital, en la que el arte es el mediador entre hombre y naturaleza, y una vía de conocimiento mutuo.Yo siento ese lazo con el Valle de la Fuenfría, en la Sierra del Guadarrama. Lo conozco desde los dos años de edad y lo siglo frecuentando hoy. Tengo una deuda personal con él, pues en un momento de incertidumbre busqué en él refugio, en soledad, y me mostró mi camino, dándome además sus sustancias orgánicas y minerales como materiales de trabajo. Allí nació la Biblioteca del Bosque, que es un registro de lo que la naturaleza me ha ofrecido y de lo que yo he ofrecido a la naturaleza durante más de veinte años. Y, en cierto sentido, es un triunfo sobre una encrucijada de vida o muerte, pues el bosque me salvó a mí y yo he impedido cortas hirientes. He vivido quince años en medio de las formas y el secreto del bosque, donde todos los árboles me conocen.La Biblioteca del Bosque se inició en ese valle el invierno de 1985, entre nieves, resina y niebla. Recientemente, durante la preparación de esta exposición, ha rebasado la cifra de mil ejemplares. Una cifra que confirma que ha llegado el momento de rendir homenaje al Guadarrama, mi territorio, al que pertenezco, y para ello he seleccionado un centenar de libros que están íntimamente ligados a este paisaje, realizados con los elementos que he recogido en sus múltiples parajes. Cimas, arroyos, sendas, laderas empinadas, refugios… son muchos los topónimos que se mencionan en los títulos de estos libros, llenos de topografías íntimas, reelaboradas. Me gustaría creer que mi obra hará del Guadarrama, definitivamente, un “territorio artístico”. Pero soy muy consciente de que no soy el primero que ha sido presa de su fascinación. Tal y como detalla Javier Portús en el excelente texto que se incluye en este catálogo, son muchos los pintores que han seguido la dirección señalada, desde Madrid, por Velázquez. Como artista, apenas he sentido vínculos con otros creadores españoles de mi tiempo, si exceptuamos a Adolfo Schlosser, a quien recuerdo con respeto y afecto y que pasó gran parte de su vida en estas montañas; me siento más cercano a esos otros pintores que atendieron a la llamada de la sierra y que por primera vez se internaron en ella. He convocado un encuentro de artistas de distintos tiempos que confluyen en una naturaleza común. Devotos de un paisaje. He elegido sólo a los que han tenido una vinculación vital con el Guadarrama; a los que han mostrado un entendimiento de su realidad y de su poesía latente, dejando de lado los tópicos; y naturalmente, a los mejores artistas. Son Martín Rico, Carlos de Haes, Jaime Morera, Aureliano de Beruete, Juan Espina y Capó y Joaquín Sorolla. Una línea de artistas que ha marcado la evolución del género paisajístico en España en la segunda mitad del siglo XIX y primeras décadas del XX. He buscado, con la inestimable ayuda de Mª Paz Pérez Piñán, sus obras relacionadas con el Guadarrama menos conocidas, algunas en grandes museos y otras en colecciones particulares, que no se han visto en público en mucho tiempo. Creo que sorprenderán a muchos por su libertad y su fuerza expresiva: la aspereza, la grandeza de la montaña tal vez les hizo olvidar las convenciones que se perciben en otro tipo de obras de estos artistas. Éstos fueron los maestros de otros. Seguidores de mucho menor interés. Pero, en los últimos años, algunos artistas se han adentrado en la sierra. Sus aportaciones serían motivo de otra exposición.

REPRESENTAR EL GUADARRAMA

El primer gran artista en el Guadarrama fue Sánchez Cotán. Ya célebre por sus extraordinarios bodegones, ingresó en la orden de la Cartuja en 1603 e hizo su noviciado en el Monasterio de El Paular, en Rascafría, donde se cree permaneció de 1604 a 1612. Los bodegones de Sánchez Cotán, que quedan fuera de esta selección tanto por cronología como por tipología, han sido un referente para mí en cuanto “cajas” que contienen materias vivas, significativamente dispuestas. El monasterio del Paular se sitúa, por otra parte, en un eje de vida espiritual que atraviesa la cadena montañosa hasta el monasterio de El Escorial. Las masas de piedra de ambos conjuntos monumentales marcan hitos históricos y culturales y han sido tradicionalmente puertas de acceso al paisaje serrano.

Martín Rico (1833-1908) nació precisamente en El Escorial. A los 22 años, en 1855, antes de que comenzara su periplo internacional, subió a la sierra en la diligencia de Valladolid, hasta el puerto de Guadarrama, donde se alojó durante varios meses en la Venta del León. En España apenas puede hablarse de paisajismo romántico y entre sus escasos pero importantes cultivadores, como Pérez Villaamil, era rara la atención a la naturaleza “real”. Es a mediados de siglo cuando los pintores españoles empiezan a sentir la necesidad de describir lo que ven, y Rico es uno de los primeros, junto a Haes, en avanzar en esa dirección, y lo hace con esta serie de cuadros del Guadarrama. Hizo excursiones por los montes de El Espinar, Peguerinos y El Escorial, tomando apuntes del natural, así como las acuarelas que se reproducen en este catálogo (colección de Claude Rico). Esa inmediatez es evidente en los cuadros que se incluyen aquí, en los que no se centra tanto en parajes reconocibles como en los constituyentes básicos del paisaje del Guadarrama: los sobrios y venerables pinos de las alturas y las corrientes de agua que recorren las laderas y los valles. Muy cerca dell Alto del León, el lugar desde el que recorrió la sierra Martín Rico, se encuentra espacio natural protegido de la Peña del Arcipreste de Hita, donde recogí raros líquenes Umbilicaria hirsuta para hacer el libro nº 987, Peña del Arcipreste de Hita.

Pintor decisivo para la pintura de paisaje española, Carlos de Haes (1826-1898) regresa desde Bruselas a España en el mismo año, 1855, en que Rico sube al Alto del León. En Madrid, se instala en un estudio en la calle de San Quintín nº 10, junto a la plaza de Oriente (jardines de Campo Noval), desde la que debía avistar la sierra en la lejanía. Dos años después gana la plaza de catedrático de Paisaje en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, donde formó un grupo de alumnos que le acompañaban en sus salidas al campo, muchas de las cuales tenían como destino el Guadarrama. Haes fue más allá de los límites de la pintura académica en su identificación con la naturaleza, de cuyo contacto sentía auténtica necesidad, y tal como lo recuerda Jaime Morera, “Ya entrado en años le sucedía lo que al paisajista Charles de la Berge que, enfermo, se hacía traer musgos y ramas de los árboles para vivir del recuerdo de lo que más quería. O lo que a Durero, que también imposibilitado, estudiaba y admiraba las rugosidades de las conchas”. En la exposición, los cuadros de Haes no obedecen a su tipología más habitual, que tiende a lo anecdótico: son “retratos” de La Maliciosa y de los perfiles de la cordillera, representados con austeridad y verdad. Una visión que se contrapone a la que he dado de esta montaña con nombre engañoso en los libros que le he dedicado: el nº 559, Ládano al pie de La Maliciosa, que contiene la destilación y el aroma de sus bosques en resinas y hojas de jara, y el nº 618, Ensoñación geológica en La Maliciosa, que asocia el peso de las piedras de cuarzo blanco encontradas en su cumbre a la ligereza de los vilanos gigantes (montaña volante).

Jaime Morera (1854-1927) fue el discípulo más querido de Haes, gran amigo y compañero plenairista. Es el pintor de alta montaña por excelencia, y quien mejor ha reflejado el dramatismo de las cumbres. Buscador del alma de la nieve, a los 36 años se extravió en el mundo blanco del Guadarrama, en una época en que los inviernos eran mucho más duros que hoy. Su libro de memorias En la sierra del Guadarrama, divagaciones sobre recuerdos de unos años de pintura entre nieves da cuenta de ese momento crucial, entre 1890 y 1895, en el que pinta lo mejor de su producción. Morera estuvo recorriendo diversas zonas de la sierra, y pasó por Cercedilla. No encontró allí, sin embargo, su paisaje mental, ni en el Valle de El Paular: lo halló en los Picos de Najarra, los puertos de Canencia y de La Morcuera y los montes del Hueco de San Blas el Viejo, a los que accedía desde su base en Miraflores de la Sierra. Morera fue un gran viajero y conoció muchas bellezas, pero guardó como un tesoro sus vivencias en el Guadarrama, que reflejó en el libro citado, impreso solo al final de su vida. “Horas antes de morir su gran amigo Kaulak le llevó el primer ejemplar encuadernado. Morera ya no hablaba. Tomó el libro, lo contempló un instante y lo abrazó contra su pecho. Era un abrazo paternal. Era el abrazo de la última ilusión de una existencia colmada de ilusiones. También era un abrazo al recuerdo feliz de una etapa gloriosa de su existencia”. Como él, he sentido el abrazo frío de la nieve, uno de los pocos elementos del paisaje que no es posible trasladar, ni siquiera en una muestra pequeña, a los libros. Pero he logrado registrar el silencio que impone sobre el paisaje el agua helada: dibujando con nieve derretida —en el libro nº 700, Nieve a través de alas de libélula— y fotografiando sus casi invisibles sombras —en el nº 989, El tirón de la raíz y nevazo— o las placas de hielo que cubren rocas y caminos —en el nº 960, Venas de hielo en el Puerto de Navacerrada—. El sílice, la parafina, el cristal de yeso, la mica o el cuarzo son materiales con los que la he evocado en las cajas.

Los rigores del invierno en la montaña los sufrió más que nadie otro de los discípulos de Haes, José Giménez Fernández, muerto en 1873, a los 27 años, de una pulmonía que cogió pintando por las alturas de El Escorial. Más importante es el legado de uno de sus compañeros en las clases de la Academia de San Fernando, Juan Espina y Capó (1848-1933). Es uno de los artistas menos conocidos del grupo, aunque existen unas “Notas sobre el viaje de mi vida, 1850-1929”: el pintor del Guadarrama por descubrir. Los madrileños pudieron admirar los paisajes que colgaban a la entrada del Círculo de Bellas Artes, por lo que hemos preferido dar a conocer un gran cuadro de una colección particular en el que quedan patentes su ambición pictórica y sus cualidades técnicas. Frente al detallismo de sus magníficos aguafuertes, la pintura es sorprendentemente despojada, dominada por un amplio cielo tormentoso. Este tipo de atmósferas cargadas eran de su predilección, y las retoma tanto en la segunda de las pinturas, un neblinoso valle, y en algunos de sus grabados, como Dia gris. En este ámbito de la gráfica, en la estela de Haes, Espina realiza una gran contribución a la consideración del grabado como medio de creación, más allá de la reproducción, y supo trasladar perfectamente en estas obras el latido entintado de la savia de los pinos. A este artista le debemos además la fundación de la Asociación de Pintores y Escultores, de la que fue presidente (así como la institución de los agregados artísticos en las embajadas de España en países extranjeros).

Aureliano de Beruete (1845-1912) es conocido como iniciador del impresionismo en España y como paradigma de la visión del paisaje castellano de la Generación del 98. Pero fue, no hay que olvidarlo, uno de los alumnos de Haes, con el que visitó y descubrió el Guadarrama. De Beruete son célebres sus vistas del perfil de la sierra desde Madrid y sus cercanías, desde las que pinta habitualmente las lejanías de la sierra y los montes del Pardo, como en uno de los cuadros seleccionados en la exposición. En otro de ellos (Museo del Prado), sin embargo, se produce un salto vertiginoso a los altos de la Fuenfría, donde observa con detalle realista los grandes pinos silvestres agarrados a la tierra pedregosa. Uno de esos pinos es el que llamoPino vigía en el libro nº 948, cuya caja contiene fragmentos del pino silvestre más añoso del Puerto de la Fuenfría sobre una piedra poderosa, la obsidiana, y en cuyas páginas se reproducen imágenes de sus retorcidas ramas, resultado de su exposición a vientos y nieves.

El recorrido por el Guadarrama se cierra con Joaquín Sorolla (1863-1923), que viene a morir a Cercedilla y nos ha dejado su jardín serrano, vecino de la cristalería donde me han cortado casi todos los cristales que sellan los libros de la Biblioteca del Bosque, plantado de pinos mediterráneos. Sus últimas miradas, ya sin poder pintar, debieron dirigirse hacia las montañas que rodean el pueblo: Siete Picos y La Maliciosa. Sorolla forma parte de otra tradición pictórica, el luminismo levantino, que él potencia y hace internacional. Fue muy al final de su vida cuando se instaló en el Guadarrama, pero ya antes había observado y transitado la sierra, pues iba a menudo a El Pardo y estuvo un tiempo en La Granja, en 1907, para hacer los retratos de los reyes, allí alojados. Aunque la montaña no fuera un tema principal en su trayectoria, sus paisajes serranos constituyen un hito en la pintura del Guadarrama. Son muy distintos de otras obras suyas, más narrativas y compuestas. En ningún otro lugar se muestra Sorolla más libre y más dramático. Capta perfectamente la energía de la Tormenta sobre Peñalara (Museo Sorolla, Madrid), mostrando cómo las nubes cargadas se agarran a una de las cumbres más interesantes del Guadarrama, la más alta (2.430 metros), tanto desde un punto de vista paisajístico como geológico, ya que allí se formaron bien conocidas lagunas glaciares; una de ellas es el tema del libro nº 424, Eco interior, junto a la Laguna de los Pájaros (Peñalara), con ramas secas de matorral de piorno recogidas junto a esos ojos de la montaña que reflejan cielos sobrevolados por los buitres y que durante el invierno producen la llamada niebla engelante o niebla del hielo.

Otras escuelas nacieron en estas montañas. En 1918 la Dirección General de Bellas Artes creó la residencia de pintores de paisaje en el monasterio de El Paular, a iniciativa de Sorolla, que era entonces catedrático de Paisaje en la Academia de San Fernando: Enrique Simonet acampaba con sus alumnos en rincones apartados —durante todo un mes —, siguiendo el ejemplo de Morera, y pasaron grandes dificultades en el monasterio —otro mes—, por la condición ruinosa de éste. La Sociedad Peñalara pensionó a partir de 1928 a artistas durante quince días en sus albergues de la Fuenfría y Navacerrada. Al parecer, también se alojaron pintores en el Chalet Peñalara, uno de los refugios históricos de la sierra, a cuyo vecino bosque de acebos he dedicado un libro, el nº 94, Los acebos del refugio Peñalara, en el que en las hojas de este árbol de bayas venenosas se dibujan como fuegos fatuos las letras que componen el nombre de la cima vecina. Pensé en el refugio como posible sede futura de mi Biblioteca del Bosque; idea que los planes de destinarlo a uso hotelero, en una zona protegida, me han hecho desestimar.

LA SIERRA DEL DRAGÓN

Esta exposición es ante todo un reconocimiento a estas montañas, la Sierra del Guadarrama, a sus calizas cristalinas, a su geología. Parte de la Cordillera Central, es también centro de mi mundo. Las altas alineaciones de Cuerda Larga y de la Mujer Muerta, los Montes Carpetanos y los picos de Peñalara, Cabezas de Hierro, Dos Hermanas, Bola del Mundo, La Maliciosa, El Montón de Trigo, Siete Picos, La Peñota, Abantos y El Yelmo, han constituido mi horizonte. Los bosques antiguos, extensos y oscuros de pino silvestre son siempre diferentes y cada enclave ofrece una perspectiva cambiada del conjunto. Resultado del choque de las placas de la submeseta sur y la submeseta norte, se origina en el Terciario con materiales graníticos anteriores; fue isla y es más vieja que los Pirineos o los Alpes. La riqueza geológica y botánica de la sierra es excepcional. Los estudiosos han localizado multitud de rarezas geobotánicas, como el pino Pudio de la Covacha, que es un Pinus nigra Arnold, por encima del embalse de La Jarosa, hacia Cabeza Lijar; o el Erodium paularense, mata leñosa postrada, única en el mundo. O como los dos cedros blancos (Calocedrus decurrens) procedentes de California que crecen sobre el túnel de la estación de Cercedilla, de donde parte el funicular hacia las cumbres del puerto de Cotos, y de los que he tomado 128 conos para hacer el libro nº 943, Estación Calocedrus. O el exótico y alimenticio sauce que bordea el estanque de piedra del monasterio de El Paular y que probablemente ya vio Sánchez Cotán, quien tal vez comería los galápagos que se criaban allí para suplir la carne en los días de vigilia: esta historia desencadenó el libro nº 983, Salix Galapaguera. O el Quercus petraea, el Roble del Arroyo del Hornillo, también en Rascafría, una subespecie rara, vestigio de los robles antiguos que existieron en la sierra: en la caja del libro nº 988 me he fusionado con él haciendo que mis cabellos crezcan entre las cortezas cubiertas de líquenes de su tronco.

Los del Guadarrama son bosques históricos, admirados desde antiguo. Bosques cuyos árboles descubrieron América, pues se dice que Cristobal Colón seleccionó pinos de Valsaín, por su rectitud, para el palo mástil de las carabelas. En época medieval, antes de que se extendiera la denominación actual, de origen árabe (Guadarrama significaría “río de arena”), se conoció la cordillera como Sierra del Dragón, probablemente por su sucesión de picos, pero tal vez también por sus crepúsculos llameantes. Y ninguno como los que acontecieron hacia 1833, tras la famosa erupción del Krakatoa. Sorprendieron a toda Europa las incandescentes puestas del sol rojas que se sucedían día tras día con intensidad nunca vista sin encontrar explicación al fenómeno. José Macpherson, examinando al microscopio el residuo de una nevada en el Guadarrama advirtió elementos muy diferentes de los que componen las rocas de la sierra, entre ellos algunos procedentes de rocas volcánicas. Interpretó acertadamente los espléndidos ocasos por la refracción de la luz a través del polvo volcánico de la erupción del lejano cráter.

Los libros que muestro ahora son la crónica de mi exploración artística de la Sierra del Dragón, en busca de manantiales y pinos testigo de mi vida en los bosques. Un reflejo de las montañas y parajes boscosos que han alimentado mi proceso de crecimiento artístico. Son aproximadamente un centenar y están fechados desde el invierno de 1985 a abril de 2006. Parto del mismo origen de la Biblioteca del Bosque, del nº 1, titulado Deshielo, realizado después de una nevada que duró tres días en los que estuve aislado en mi cueva-estudio en el Valle de la Fuenfría. Es la semilla, un libro germinativo a partir del cual va creciendo un caudal de obras. En su caja dispuse, entrecruzadas, unas ramas de pino silvestre del hoy desaparecido campamento de Los Helechos. Es una cruz, una señalización. Añadí dos fichas de damas, una blanca y una negra, encontradas en el mismo campamento: un diagrama de oposiciones solventadas. Y llego al último de los libros que he hecho ex profeso para esta exposición, el nº 992, Pino Cerro Hornillo, finalizado el 7 de abril. Es un tributo a uno de los árboles singulares del paisaje del Guadarrama, situado al pie de La Peñota, en un lugar que he utilizado a menudo como mirador contemplativo del valle. Vi a ese pino en plenitud, verde, creciendo. Hoy está seco, tumbado por un golpe de viento, apoyado sobre las rocas del Cerro Hornillo, pero mantiene su poder y su función de pino centinela, vigilante. He titulado esta introducción “Bajo el pino solitario”, haciendo mención a otro de esos árboles de presencia poderosa, también en La Peñota —la montaña de los tres picos, mi montaña mágica— al que he consagrado un libro, el nº 183 (Ascensión al pino solitario). A la sombra de este pino silvestre, completamente aislado, el único superviviente a los muchos incendios (casi siempre provocados) que arrasaron esa ladera, se produjo mi bautismo forestal, con el agua contenida en un pequeño hueco de su tronco tras una tormenta. El tercer celador, en lo alto del Valle de la Fuenfría, frente al Montón de Trigo, es el Pino Collado Ventoso (libro nº 984), uno de los más antiguos de esta parte de la sierra, junto a otros ubicados en Las Dehesas ya la entrada del chalet Peñalara, tal vez de la misma edad del ya desaparecido Pino de las Tres Cruces, que fue motivo de una serie de libros que funcionan casi como relicarios.

Aunque en ocasiones he realizado algunas pequeñas series y es cierto que hay grupos de obras relacionadas por la vinculación a un elemento, una sustancia o un lugar, es más frecuente que trabaje a partir de acontecimientos naturales, de encuentros, de viajes. Por ello, la Biblioteca no tiene otro orden que el de la numeración correlativa de sus ejemplares. Su estructura es similar a la de un diario: una sucesión de reflexiones, de datos, de parcelas de conocimiento y de momentos de implicación personal en los ritmos y los hechos de la naturaleza. La presentación de este centenar de libros relacionados con el Guadarrama exigía una estructura, y he propuesto unas agrupaciones, flexibles, que no cierran los significados, más amplios, de los libros. En primer lugar estarían los que tienen como asunto los componentes básicos del paisaje: la montaña, o configuración geológica de la sierra; el agua —los manantiales, los arroyos, las lagunas—; los árboles —los bosques y ejemplares señeros—; y los menos visibles insectos, que contribuyen a la reanudación de la vida en el bosque y que han colaborado en más de una ocasión en mi obra. El segundo gran grupo lo constituirían los libros que son testigo de la fenomenología del paisaje, que siguen el curso de los días, desde la germinación primaveral a las nieves y los hielos invernales; que recogen los restos del fuego devastador y que vigilan ese otro universo secreto y oscuro de la noche. En tercer lugar, libros que señalan el camino que el hombre dibuja en el interior del bosque: sendas y refugios. Finalmente, los libros de la Biblioteca que revelan las imágenes ocultas del paisaje, las visiones del Guadarrama.

Durante más de dos años, he trabajado en esta exposición y, aunque eran muchos los libros ya creados en los años pasados sobre el Guadarrama, he aprovechado la invitación de La Casa Encendida (cuyo nombre procede de un poema de Luis Rosales, escritor que vivió en Cercedilla) para completar algunas exploraciones que tenía pendientes y para visitar de nuevo los lugares que prefirieron los pintores que había elegido. De estas renovadas perspectivas han surgido nuevos libros y un vídeo. He mencionado ya algunos de estos libros recientes, dedicados muchos de ellos a árboles raros, emblemáticos o secretos. De entre ellos, he de recordar finalmente a los tejos, los seres vivos más viejos, junto a los líquenes, del Guadarrama. En el Valle Alto del Lozoya existe un bosque de Tejos milenarios del Barondillo (libro nº 950) y junto al Arroyo de las Guadarramillas, en el Puerto de Cotos, un impresionante ejemplar, escondido y solo, al que he ofrecido el libro nº 979, El libro secreto de Cotos.

El vídeo, titulado Ojos del Guadarrama. La búsqueda de los nacientes, obedece a un deseo equiparable de llegar a lo hondo del paisaje, y ha querido paliar de la escasez de información sobre la localización de las fuentes del río que da nombre a la sierra. Muchos dicen saber dónde se origina, pero pocos atinan, y menos aún han subido a los manaderos más altos y escondidos. He filmado, en abril de este año, con el deshielo, todos los nacimientos y veneros de los arroyos que conforman el río Guadarrama. Arroyos que han memorizado mis pensamientos, que brillan como ojos de pájaro y cuyo canto acompaña a las obras en la exposición. El Guadarrama, desde su nacimiento en el Puerto de la Fuenfría y en el Puerto de Navacerrada hasta su confluencia con el río Tajo en el sitio llamado Begonza tiene 127,952 km de longitud, con las cabeceras a unos 1.300 metros de altitud, pero toma su nombre sólo en el punto de unión entre el río de la Venta y el río de las Puentes. Para mostrar esa confluencia totalmente enzarzada, junto al prado de Mataasnos y a unos 200 metros del Puente Verde —entre los términos municipales de Cercedilla y Los Molinos— hubo que abrirse paso con dificultad entre la maleza. Ese “descubrimiento” fue el origen del libro nº 991, Río Guadarrama. Confluencia, terminado el 20 de abril, con páginas impregnadas de limo del río y caja también con limo y cortezas de bardaguera (Salix atrocinera) de sus orillas. Allí sumergimos las cámaras, para captar la turbulencia del agua que ha tallado el paisaje de la sierra, y para ofrecer al espectador de esta exposición un bautismo en las aguas del Guadarrama.

english textBENEATH THE LONESOME PINE
MIGUEL ÁNGEL BLANCO

There are destinies bound to a place, to a landscape. Contemporary culture is basically urban, but some of its most brilliant or original contributions have been made from nature. Generally, those artists or writers that have dug their roots into the ground in a certain site have shown (at least during some period of their lives) a need for isolation and concentration. Nature has been and undoubtedly is a theme for creation, but also an existential basis for a certain kind of artists. When the observation, the description and the attempt to interpret a territory turns into an obsession, we have to assume a relationship beyond the mere representation of landscape: Constable and the fields of East Anglia, Caspar Wolf and the Swiss Alps, Cézanne and Sainte-Victoire mountain or Emily Carr and Vancouver Island are examples of this type of vital relationship, in which art turns into a mediator between man and nature and into a way of mutual understanding.

I feel this link with the Fuenfría Valley, in the Guadarrama Sierra. I know it since I was two and I still frequently visit it nowadays. Mine is a personal debt, as in a moment of uncertainty I sought a solitary refuge there and it showed me my way, also offering me its organic and mineral matter as working materials. There the Forest’s Library was born, a register of what nature has offered me and what I have offered nature for more than twenty years. And it is somehow a triumph over one of life’s crossroads, for the forest saved me and I have prevented wounding fellings. I have lived fifteen years amidst the forms and secret of the forest, where all trees know me.

The Forest’s Library was begun in this valley in winter 1985, among snow, resin and mists. Recently, while preparing this exhibition, I have surpassed the number of a thousand box-books. A number that confirms that it is time to pay homage to Guadarrama, my territory, the place where I belong. For this purpose I have selected a hundred books intimately related to this landscape, performed with elements I collected in its multiple sites. Mountaintops, creeks, paths, steep slopes, refuges… many are the names mentioned in the titles of these books, full of intimate, re-elaborated topographies. I would like to think that my work will definitely transform Guadarrama into an “artistic territory”. But I am well conscious of the fact that I am not the first to be seized with fascination. As Javier Portus describes in the excellent text included in this catalogue, many painters have followed the course shown in Madrid by Velazquez. As an artist, I scarcely have felt links with other contemporary Spanish creators, excluding Adolfo Schlosser, whom I remember with respect and affection and who spent a great part of his life in these mountains; I feel closer to those other painters who hearkened to the call of the mountains and for the first time entered them. I have summoned a meeting of artists of different epochs that converge in a common nature. Devotees of a landscape. I have chosen only those that had a vital link to Guadarrama; those that show an understanding of its reality and its hidden poetry, and, of course, I have chosen the best. They are Martín Rico, Carlos de Haes, Jaime Morera, Aureliano de Beruete, Juan Espina y Capó and Joaquín Sorolla. A lineage of artists that mark the evolution of landscape painting in Spain during the second half of the nineteenth century and the first decades of the twentieth. With the invaluable help of Mª Paz Pérez Piñán, I have searched for their least known works related to Guadarrama, some of them in important museums, others in private collections and not exhibited publicly for a long time. In my opinion, they will be a surprise for many because of their freedom and expressive power: Maybe the roughness and greatness of the mountains made them forget the conventions perceived in other works of these artists. They were the teachers of others. Followers far less interesting. But in recent years, some artists have made their way into the Sierra. Their contributions would be enough for another exhibition.

Painting the Guadarrama Mountains

The first great artist of Guadarrama was Sánchez Cotán. Already famous for his extraordinary still lives, he entered the Carthusian Order in 1603 and made his novitiate in El Paular Monastery, Rascafría, where he is supposed to have lived from 1604 to 1612. The still lives of Sánchez Cotán, not in this selection because of their chronology and typology, have been a referent for me, as they are “boxes” that contain living materials, disposed in a significant way. El Paular Monastery, on the other hand, is located in a spiritual life axis that crosses over the mountains to the Monastery of El Escorial. The stone masses of both monumental sites mark historical and cultural focal points and have been the traditional access to the mountain landscape.

Martín Rico (1833-1908) was born in El Escorial. When he was 22 years of age, before he began his international tour, he ascended the Sierra in the Valladolid stagecoach to the Guadarrama pass and spent there several months in the Lion Inn. In Spain, Romantic landscape painting was very scarce, and the rare, but important, developers, like Pérez Villaamil, did not pay much attention to “real” nature. Only halfway through the century, Spanish painters began to feel the need to describe what they saw, and Rico is one of the first ones, together with Haes, to advance in this direction, and he does it with this series of Guadarrama paintings. He walked about the mountains of El Espinar, Peguerinos and El Escorial, taking sketches from nature, and painting the watercolours reproduced in this catalogue (page 34). This immediacy is evident in the paintings included here, where he does not focus as much on recognizable places, but on the basic constituents of the Guadarrama landscape: The austere and venerable high altitude pines and the water currents that flow through the mountains and the valleys (pages 87, 90 and 107). Very near the Alto del León, the place from which Martín Rico walked in the Sierra, exists the protected natural area of Peña del Arcipreste de Hita, where I collected rare lichens Umbilicaria hirsuta to create book Nr. 987, Peña del Arcipreste de Hita.

A decisive artist for Spanish landscape painting, Carlos de Haes (1826-1898) returned from Brussels to Spain the very same year, 1855, when Rico ascended the Alto del León. In Madrid, he settled down in a studio in Calle San Quintín Nr. 10, near Plaza de Oriente (Jardines de Campo Noval), from where he probably saw the mountains in the distance. Two years later he obtained the professorship for Landscape Painting in the Fine Arts School of San Fernando, where he created a group of disciples that accompanied him in his field expeditions, many to Guadarrama. Haes transcended the limits of academic painting in his identification with nature. He felt a real necessity to be in contact with it. As Jaime Morera remembers: “When he grew old, the same happened to him as to the landscape painter Charles de la Berge, who when ill, asked for moss and tree branches to be brought to him, to live in the memory of what he most loved. Or to Durer, who, also disabled, studied and admired the roughness of shells.” In the exhibition, the paintings of Haes do not follow his most usual typology, inclined to the anecdotic: They are “portraits” of Maliciosa Mountain and of the outline of the mountain range, austerely and truthfully represented (pages 73 and 80). A vision that contrasts with the one I have given of this mountain of deceitful name in the books I dedicated to it: Nr. 559 Ládano al pie de La Maliciosa, which contains the distillation and the scent of its forests in resins and rock rose leaves, and Nr. 618, Ensoñación geológica en La Maliciosa, (“Geological Daydreaming in La Maliciosa”), that associates the weight of the white quartz stone found on the summit with the lightness of the giant burs (flying mountain).

Jaime Morera (1854-1927) was the dearest disciple of Haes, his great friend and open air companion. He is the high mountain painter par excellence and who best reflected the dramatic quality of the summits (pages 139, 145 and 154). A seeker of the soul of snow, when he was 36 he got lost in the white Guadarrama world, in a time when winters were much harsher than today. In his memoirs, En la Sierra de Guadarrama, divagaciones sobre recuerdos de unos años de pintura entre nieves, he describes that crucial time, between 1890 and 1895, when he painted his best works. Morera toured different places of the Sierra and passed Cercedilla. But in this place he didn’t find his mental landscape, nor in the Paular Valley. He found it in the Najarra summits, in the Canencia and La Morcuera passes and in the Hueco de San Blas el Viejo Mountains, which he visited from his base in Miraflores de la Sierra. Morera was a great traveller and knew many beauties, but he kept his Guadarrama experiences as a treasure and recounted them in the mentioned book, which was only published at the end of his life: “Hours before his death, his great friend Kaulak brought him the first bounded volume. Morera could not speak anymore. He seized the book, looked at it for a moment and pressed it against his breast. It was a paternal embrace. It was the embrace of the last illusion of a life full of illusions. He was also embracing the happy memory of a glorious period of his existence.” The same as he, I have felt the snow’s cold embrace, one of the few landscape elements impossible to transfer, not even in a small sample, to the books. But I have achieved to register the silence that frozen water creates in the landscape: Painting with melted snow – in book Nr. 700, Nieve a través de alas de libélula (“Snow through dragonfly’s wings”)– and photographing its almost invisible shadows –in Nr. 989, El tirón de la raíz y nevazo (“The root’s tug and snowfall”)– or the ice plates that cover stones and roads –in Nr. 960, Venas de hielo en el Puerto de Navacerrada (“Ice Veins in Navacerrada Pass”)-. Silica, paraffin, gypsum crystal, mica and quartz are materials with which I have evocated snow in the boxes.

José Gimenez Fernández, who died in 1873, when he was 27 years of age, from a pneumonia caught painting in the mountains of El Escorial, was the disciple of Haes who most suffered the mountain winter hardships. More important is the legacy of one of his mates in the Academia de San Fernando, Juan Espina y Capó (1848-1933). He is one of the least famous artists of the group, although there are the Notas sobre el viaje de mi vida, 1850-1929: The Guadarrama painter still to be discovered. The people of Madrid could admire the landscape paintings that hung at the entrance of the Círculo de Bellas Artes. For that reason we preferred to show a big painting from a particular collection, where one is able to detect his creative ambitions and his technical capacities (page 181). In contrast to the abundance in details of his magnificent engravings, this painting is surprisingly bare, dominated by a wide stormy sky. This type of charged atmospheres were his favourites, and he takes them up again in the second painting, a misty valley (page 201), and in some of his engravings, like Día gris (“Grey Day”). In graphic art, Espina, following Haes’ footsteps, contributes greatly to the art of engraving, turning it into a creative and not merely reproducing medium, and he was perfectly able to transfer to this works the inky heartbeat of the pines’ sap (pages 55, 56 and 114). We are also in debt with this artist for the creation of the Painters and Sculptors Association, which he presided (and also for the establishment of artistic attachés in Spanish embassies in foreign countries).

Aureliano de Beruete (1845-1912) became known as the pioneer of impressionism in Spain and as a paradigm of the vision of the Castilian landscape of the 98 Generation. But it should not be forgotten that he was one of the students of Haes, with whom he visited and discovered Guadarrama. Famous paintings of Beruete are the views of the Sierra outline from Madrid and surroundings, from where he usually painted the distances of the Sierra and the El Pardo mountains, as in one of the paintings selected for this exhibition (page 6). In another painting (El Prado Museum), however, he does a giddy leap to the upper Fuenfría, where he observes in realistic detail the great wild pines clinging to the stony earth (page 99). One of these pines I call Pino vigía (“Sentry Pine”) in book Nr. 948, whose box contains fragments of the oldest wild pine of the Fuenfría Mountain Pass on a powerful stone, obsidian, and in whose pages I reproduced images of its branches, twisted from exposure to winds and snows.

The tour of Guadarrama is closed with Joaquín Sorolla (1863-1923), who came to Cercedilla to die and left us his mountain garden (near the glassware shop where most of the glasses that shut the Forest’s Library books were cut) planted with Mediterranean pines. His last glances, when he could not paint anymore, were probably directed at the mountains that surround the village: Siete Picos and La Maliciosa. Sorolla is part of a different painting tradition, Levantine Luminism, which he developed and made international. Only at the very end of his life did he settle down in Guadarrama, but he had already contemplated and visited the Sierra before, for he often went to El Pardo and spent some time in La Granja, in 1907, to paint a portrait of the kings, who were staying there. Although the mountains were not an important theme in his career, his Sierra landscapes constitute a landmark in Guadarrama landscape painting. They are very different from his other works, more narrative and complex. In no other place does Sorolla show himself freer and more dramatic. He perfectly grasps the energy of the Tormenta sobre Peñalara (“Storm over Peñalara”) (Fundación Museo Sorolla, page 93), showing how the laden clouds cling to the highest (2.430 m) and one of the most interesting Guadarrama mountains because of its landscape and geology, for there exist the well known glacial lakes; one of them is the theme of book Nr. 424, Eco interior, junto a la Laguna de los Pájaros (Peñalara) (“Inside Echo, by the Lake of the Birds in Peñalara”), with dry branches of Spanish broom bushes collected near these mountain eyes that reflect skies frequented by vultures and that in wintertime produce the so called ice fog.

Other schools were born in these mountains. In 1918, the Dirección General de Bellas Artes created the Residence for Landscape Painters in El Paular Monastery, an initiative of Sorolla, at that time professor for landscape painting in the Academia de San Fernando: Enrique Simonet camped with his students in out-of-the-way spots during a whole month, following Morera’s example, and suffered great difficulties in the monastery –another month- because of its ruinous state. From the year 1928, the Peñalara Society gave fifteen days grants to artists in the refuges of Fuenfría and Navacerrada. Painters also lodged in the Chalet Peñalara, one of the Sierra’s historic refuges. I dedicated a book to the nearby holly trees’ forest, Nr. 94, Los acebos del refugio Peñalara (“The Holly Trees of the Peñalara Refuge”), where the letters of the near summit’s name are outlined like will-o’-the-wisps in the leaves of this tree of poisonous berries. I considered the idea of turning this refuge into the future seat of my Forest’s Library, but had to discard it because it is planned to transform it into a hotel in a protected area.

The Dragon Range

This exhibition is first of all a tribute to these mountains, the Sierra del Guadarrama, to their crystalline limestone, to their geology. A part of the Central Range, it is also the centre of my world. The high alignments of Cuerda Larga and La Mujer Muerta, the Montes Carpetanos and the Peñalara mountains, Cabezas de Hierro, Dos Hermanas, Bola del Mundo, La Maliciosa, El Montón de Trigo, Siete Picos, La Peñota, Abantos and El Yelmo have formed my horizon. The ancient wild pine forests, vast and dark, are always different and each site offers a changed perspective of the whole. A result of the clash of the plaques of the southern and the northern sub-plateaus, it originates in the tertiary with previous granitic material; once it was an island and it is older than the Pyrenees or the Alps. The geological and botanical richness of the Sierra is exceptional. Investigators have found many geo-botanical rarities, like the pine Pudio de la Covacha, which is a Pinus nigra Arnold, over the dam of La Jarosa, in direction of Cabeza Lijar; or the Erodium paulense, a ligneous prostrate bush, unique in the world. Or like the two white cedars (Calocedrus decurrens) from California that grow over the tunnel of Cercedilla’s railway station, where the train to the Cotos mountain pass starts, and from which I took 128 cones to make book number 983, Estación Calocedrus. Or the exotic and nourishing willow besides the stone pond of El Paular monastery, probably already existent by the time of Sánchez Cotán, who maybe ate the tortoises kept there to substitute meat on days of abstinence: This story was the origin of book Nr. 983, Salix Galapaguera. Or the Quercus petraea, the Roble del Arroyo del Hornillo, also in Rascafría, an infrequent subspecies, a relic of the ancient oaks that grew in the Sierra: In the box of book Nr. 988 I have fused with it, as my hairs grow among its trunk’s lichen covered bark. Guadarrama forests are historic, admired since ancient times. Forests whose trees discovered America, for it is said that Columbus chose Valsaín pines, because of their straightness, for the mast poles of his caravels. In the Middle Ages, before the present designation became spread, which is of Arabic origin (Guadarrama is supposed to mean “Sandy River”), these mountains were known as the Dragon Range, probably because of the series of summits, but maybe also because of the blazing dusks. And none like the ones which took place in 1833, after the famous eruption of Krakatoa. All Europe was surprised by the incandescent red sunsets that followed day after day with an intensity never seen before, without being able to find an explanation for the phenomenon. José Macpherson, examining with the microscope the residue of a snowfall in Guadarrama, observed elements very different from those that compose the rocks of the Sierra, among them some of volcanic origin. He accurately interpreted the splendid dusks as caused by the refraction of the light by the volcanic dust from the distant crater’s eruption.

The books I now exhibit are the chronicle of my artistic exploration of the Dragon Range, in search of springs and pines, witnesses of my life in the woods. A reflection of the mountains and forests that have nourished my process of artistic growth. They are approximately a hundred and date from winter, 1985, to April, 2006. I start from the very origin of the Forest’s Library, book Nr. 1, named Deshielo (“Thaw”), created after a snowstorm that lasted for three days, which I spent isolated in my cave-study of the Fuenfría Valley. It is the seed, a germ book from which a stream of works began to flow. In the box I disposed some intertwined branches of wild pine from the disappeared Los Helechos camp. It is a cross, a signpost. I added two draughts’ tokens, one white and one black, which a found in the same camp: A diagram of solved oppositions. And I get to the last of the books, which I have created purposely for this exhibition, Nr. 992, Pino Cerro Hornillo (“Cerro Hornillo Pine”), finished on April, the 7th. It is a tribute to one of the special trees of the Guadarrama landscape, located at the foot of La Peñota, in a place I have often used as contemplative watchtower of the valley. I saw this pine in his plenitude, green, growing. Now it is dry, felled by a windblast, leaning on the rocks of Cerro Hornillo, but he retains his power and his role as alert sentry pine. I have named this introduction “Beneath the Solitary Pine” in reference to another one of those trees of mighty presence, also in La Peñota –three peaks mountain, my magic mountain- to whom I consecrated a book, Nr. 183 (Ascensión al pino solitario, “Ascent to the Lonesome Pine”). Under the shadow of this completely isolated wild pine, only survivor of the many fires (almost always arson) that devastated this slope, my forest baptism was made, with water contained in a small cavity of its trunk after a storm. The third sentry, in the Upper Fuenfría Valley, in front of Montón de Trigo, is Pino Collado Ventoso (book Nr. 984), one of the most ancient pines of this part of the Sierra, together with others situated in Las Dehesas and at the entrance of the Chalet Peñalara, which are maybe of the same age as the disappeared Pino de las Tres Cruces (“Pine of the Three Crosses”), who was the cause of a series of books that operate almost as shrines (Nr. 434).

Although I have occasionally created small series and there truly are related book groups due to the relation with an element, a substance or a place, I most frequently work starting from natural happenings, encounters, journeys. Therefore, the Forest’s Library has no other order than the correlative numeration of the volumes. Its structure is similar to a diary: A sequence of reflections, data, pieces of knowledge and moments of personal participation in the rhythms and actuality of nature. The presentation of these hundred books related to Guadarrama called for a structure, and I have proposed flexible groupings that do not limit the ampler meaning of the books. In the first place we find those whose theme is the basic constituents of the landscape: The mountain or geological configuration of the Sierra; the water –fountains, creeks, pools-; the trees –forests and rare specimens- and the less visible insects, that contribute to the renovation of the woods’ life and have contributed in more than one occasion to my work. The second great group would be the books that are witnesses of the phenomenology of the landscape, that follow the course of the days, from spring germination to wintertime snows and ice; they collect the remains of devastating fires and stand watch over this other secret and dark universe which is the night. In the third place, books that show the ways man creates inside the forest: Paths and refuges. Finally, the books of my Forest’s Library that reveal the landscape’s hidden images, the visions of Guadarrama.

I have worked on this exhibition for more than two years, and although there already existed many books created in past years about Guadarrama, I seized the invitation of La Casa Encendida (whose name stems from a poem of Luis Rosales, a writer that lived in Cercedilla), to complete some pending explorations and to visit again the places that the mentioned painters preferred. These renovated perspectives gave birth to new books and a video. I have already mentioned some of the recent books, many of them dedicated to special, emblematic or secret trees. Among them, I want to remember finally the yews, the oldest living beings, together with lichens, of Guadarrama. In the Lozoya Upper Valley exists a forest of Tejos milenarios del Barondillo (“Millenary Yews from Barondillo”, book Nr. 950), and by the Arroyo de las Guadarramillas, in Puerto de Cotos, lives an impressive specimen, hidden and alone, to which I offered book Nr. 979, El tejo secreto de Cotos (“Cotos’ Secret Yew”).

The video, named Ojos del Guadarrama. La búsqueda de los nacientes (“Eyes of the Guadarrama. The Search for the Sources”), complies with a similar wish of reaching the landscape’s depth, and tries to increase the scarce information existing about the location of the sources of this river, that gives name to the Sierra. Many affirm to know where it is born, but few are right, and still less have climbed to the most hidden and highest springs. In April of the present year, with the thaw, I have filmed all the sources and springs of the creeks that form the Guadarrama River. Creeks that know my thoughts by heart, that glitter like birds’ eyes and whose song accompanies the works of the exhibition. The Guadarrama River, from its sources in the Fuenfría Pass and the Navacerrada Pass to its confluence with the Tajo River in a place called Begonza, has 127,952 km of length, with the sources at approximately 1300 m altitude, but it receives its name only at the union of the Río de la Venta and the Río de las Puentes. To show this confluence covered with brambles by the Mataasnos meadow, 200 meters from Puente Verde –between the municipalities of Cercedilla and Los Molinos-, I had to make a difficult way through the undergrowth. This “discovery” was the origin of book Nr. 991, Río Guadarrama. Confluencia (“Guadarrama River. Confluence”), finished on April, the 20th, with pages soaked in the river slime and box also with slime and willow (Salix atrocinera) bark. There we submerged the cameras to capture the turbulences of the water that sculpted the Sierra’s landscape and to offer the visitor to this exhibition a baptism in the waters of Guadarrama.

(Translated by María Lleó Castells)

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