MIGUEL ÁNGEL BLANCO
EL ESPEJO HUMEANTE. Museo Nacional de Antropología

EL ESPEJO HUMEANTE. Museo Nacional de Antropología

MUSEO NACIONAL DE ANTROPOLOGÍA, MADRID. MAYO A NOVIEMBRE DE 2022

exposiciónEn 2013 comisarié en el Museo del Prado una exposición, Historias Naturales, que rememoraba el propósito inicial del edificio de Juan de Villanueva como sede del Gabinete de Historia Natural que impulsó Carlos III. Una de las intervenciones que llevé a cabo consistió en yuxtaponer uno de los antiguos espejos mexicas de obsidiana que se conservan en España a uno de los retratos de Carlos II el Hechizado en el Salón de Espejos del Alcázar que pintó Juan Carreño de Miranda. El espejo mágico atrapa los espíritus y, al reflejarme en él, quedé definitivamente yo también hechizado por la obsidiana, que siempre me había fascinado.
La obsidiana tuvo en la América precolombina fines tanto utilitarios como ceremoniales. Se conservan en museos y colecciones innumerables navajas y cuchillos de obsidiana de diferentes épocas y lugares.
De todas las piezas prestadas, las más importantes son los dos espejos mexicas de obsidiana que se conservan en el Museo de América y en el Museo Nacional de Ciencias Naturales. Frente a la abundancia de otro tipo de piezas, escasean los espejos, que son los objetos más poderosos y sagrados de los realizados en este material. Los dos, fabulosos, que tenemos en Madrid –y que nunca se habían reunido– condensan el espíritu visionario que recorre toda la muestra y nos introducen en el mundo de la noche sobre el que gobierna Tezcatlipoca, el dios así denominado por su principal atributo –sustituye a uno de sus pies o lo porta en el pecho o en el tocado–, el “espejo humeante” (teskatl, espejo; pokatl, humo).
En México, el espejo de obsidiana era una herramienta de los hechiceros, que lo usaban para viajar a otros tiempos o lugares y para adivinar el futuro. Como los libros, eran recipientes de sabiduría. Estos espejos circulares, la mayoría, o cuadrados, algunos de ellos realizados ya en época colonial, fueron muy apreciados por los “magos” europeos –por ser considerados ventanas hacia el mundo sobrenatural y hacia el de las tinieblas–, formaron parte de los más afamados gabinetes de maravillas y, al igual que ocurría en su contexto original, estuvieron a menudo vinculados al poder monárquico. Pero también tenemos constancia de que los espejos de obsidiana pasaron al culto cristiano, como vestigios de sincretismo.

Cuando esos espejos llegaron a Europa no supimos identificar de qué estaban hechos. Los mexicas, en náhuatl, llamaban iztli a esa piedra oscura. Los cronistas no solo mencionaron repetidamente los cuchillos y otros objetos realizados con ella  que vieron allí sino que incluso describieron con detalle la manera de trabajarla. Pero en nuestro continente hacía muchos siglos que no se veía o se nombraba, por lo que se referían a la obsidiana como “pedernal”, muy genéricamente como “piedra negra” o, con más énfasis, como “piedra muy relumbrante, negra como azabache”.
La obsidiana era aquí, incluso para los estudiosos, una sustancia casi mítica. Plinio el Viejo se había referido a la obsidiana en su
Historia Natural (siglo I d.C.), atribuyendo su denominación a un tal Obsius, explorador romano que encontró en Etiopía una piedra de características similares (la llamamos obsidiana por una transcripción errónea del latín). Los romanos tuvieron alguna familiaridad con ella. Tenemos pruebas de la incrustación en las paredes de espejos de obsidiana que, en sus palabras, “en vez de imágenes devuelven sombras”. En varias casas de Pompeya se han encontrado esos espejos, a los que los investigadores atribuyen una función apotropaica. Comprobamos, así, que la relación de la obsidiana con los ámbitos sobrenaturales, los espíritus y las sombras se da desde muy antiguo en culturas tan diversas como las mesoamericanas y la romana, y que se focaliza en los espejos.
Los mineralogistas y los estudiosos de la cultura grecolatina la dieron por desaparecida en Europa, pero en la primera mitad del siglo XVIII las expediciones científicas a territorios americanos la redescubrieron en el entorno de volcanes activos. La obsidiana salió al paso de los vulcanólogos, que la estudiaron para comprender la configuración del planeta. Lord Hamilton, como embajador de Gran Bretaña en Nápoles, frecuentó los conos del Vesubio y del Etna, y recogió muestras de
lapis obsidianus que hizo dibujar para ilustrar los esplendorosos volúmenes de Campi Phlegraei (1779), compendio de sus investigaciones en este ámbito. Más determinantes fueron las de Alexander von Humboldt, que estudió el Teide en 1799 y que, gracias a la obsidiana que recogió allí, pudo defender el origen volcánico de la roca y contrastar sus teorías sobre la orogénesis.
En la exposición he incluido una roca de obsidiana en bruto procedente del Teide, cedida por el Museo Nacional de Ciencias Naturales, que da testimonio no solo de la existencia de este vidrio volcánico en las Canarias sino también de su valor
antropológico. Desde el punto de vista geológico son particularmente importantes las minas en la Montaña de Hogarzales, en Gran Canaria, que fueron explotadas en tiempos prehispánicos y en las que se obtuvo el preciado material –fue objeto de intercambio– para hacer herramientas o armas pero quizá también piezas ceremoniales. En las Cañadas del Teide, por otra parte, se han localizado herramientas de obsidiana en lugares habitados por los guanches.
Cuando estaba preparando esta exposición se produjo la erupción de Cumbre Vieja en La Palma. En esos días hice cinco espejos de humo en los que encerré además otros materiales oscuros y espejantes. Carlos de Hita estuvo allí, en La Palma, y registró los rugidos del volcán, con los que ha compuesto una sobrecogedora partitura que los visitantes del museo podrán oír.
Los espejos de obsidiana no se usaron para reflejar la realidad sino para “ver” más allá. No hablamos de la función fisiológica, del ojo que percibe, sino del ojo interior
que adivina, que rasga la niebla y el humo. Lo he querido subrayar incorporando entre los préstamos un ojo con pupila de obsidiana que formó parte de una máscara y que se guarda en el Museo Arqueológico Nacional.
Los espejos de obsidiana devuelven sombras, dijo Plinio. Al igual que otras materias oscuras con capacidad reflectante, promueven una experiencia no tanto visiva como visionaria.

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